¡Hola, querido lector o lectora curiosa! ¿Alguna vez te has encontrado en medio de una discusión y, de pronto, bummm... silencio absoluto?
Si tu respuesta es sí, no estás solo. Nadie escapa al incómodo mundo de los silencios post-pelea, y créeme, hay bastante más tras ese mutismo que una simple rabieta.
¿Por qué callamos cuando discutimos?
He escuchado decenas de historias en consulta sobre parejas, amigos o compañeros de trabajo que, después de un pequeno conflicto, deciden apagar la radio y dejar el aire en modo “mute”. Ahora, ¿te has preguntado alguna vez si ese silencio es por paz o por guerra fría? Aquí entra en escena el famoso “mejor no hablar hasta que se me pase”. Muchas veces tapamos nuestras emociones como quien esconde un calcetín roto: esperando que nadie lo note.
La psicología nos cuenta que, tras un conflicto, a veces sentimos que el silencio nos protege de un daño mayor. Es como poner el “pause” en el videojuego porque necesitas tomar aire. Resulta un acto defensivo cien por ciento humano. Pero ojo: también puede convertirse en una herramienta peligrosa si la usamos demasiado.
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Silencio: ¿escudo o espada?
¡Aquí se complica la cosa! Algunos utilizan el silencio solo para enfriar la situación, pero otros llevan esta quietud a modo castigo: “No te hablo, para que aprendas”. El famoso “trato de hielo” puede dejar al otro con la cabeza llena de preguntas: “¿Habrá sido tan grave lo que hice?” “¿Por qué cortó la comunicación así?”
He visto a personas en consulta, especialmente aquellas con baja tolerancia a la frustración o dificultades para digerir el enfado, transformar el silencio en su zona de confort. Y aunque la edad tenga poco que ver, a veces parece un drama adolescente en cuerpos adultos, ¿no te parece?
Las emociones al mando
Dime, ¿te resulta familiar esa sensación de quedarte congelado porque no sabes qué decir después de un momento incómodo? Muchas personas no aprendieron a poner palabras a su molestia, así que, ante el peligro, apagan la voz como quien apaga el televisor. Pero la verdad es que, detrás de ese silencio, puede existir inseguridad, miedo al rechazo o simplemente no saber qué demonios hacer con el enojo.
Un dato curioso: en culturas orientales, el silencio a veces se considera signo de sabiduría o autocontrol, pero en Occidente lo asociamos más a castigo o desprecio. ¡La misma pausa, dos películas distintas!
Rompamos el ciclo: habla aunque tiemble la voz
Siempre les digo a mis pacientes: el silencio no resuelve, solo prolonga el enigma. ¿Nunca pensaste que, tal vez, la otra persona no sabe ni por qué te has callado? La comunicación asertiva es el mejor antídoto para el veneno del mutismo. Me acuerdo de una charla que di en una empresa sobre gestión de conflictos; uno de los asistentes me confesó que solía quedarse mudo por días, hasta que aprendió dos cosas que le cambiaron la película: hablar cuando el huracán interno ya bajó de categoría... y decir, honestamente, cómo le afectó el conflicto.
¿Qué tal si apagas la alarma del silencio y pruebas a usar palabras, aunque sean torpes, aunque tiemple la voz? Haz la prueba la próxima vez. Cuéntale a la persona cómo te hizo sentir el conflicto. Verás que, muchas veces, solo escuchar y ser escuchados es la mejor vía para reconstruir el puente.
¿Vamos a intentarlo? Después de todo, hasta el silencio tiene fecha de vencimiento. Y tú, ¿ya sabes qué quieres decir cuando acabe el mutismo?