Piénsalo: ¿qué harías tú si nacieras en medio de lujos, con tu camino trazado por el apellido Rockefeller? Michael, sin embargo, eligió la ruta contraria. Con solo 23 años dejó la comodidad de Nueva York —ese lugar donde casi nada parece imposible— para aventurarse en el corazón salvaje de Nueva Guinea. Prefirió la pasión por la fotografía y la antropología antes que fondos de inversión y oficinas con vistas espectaculares.
En su partida a la región de Asmat, Michael no solo buscaba artefactos primitivos para el Museo de Arte Primitivo de Nueva York. Quería entender la mentalidad de una cultura enigmática, de personas cuyas normas y creencias apenas habían sido rozadas por el mundo occidental.
Recoger instrumentos, tambores, lanzas talladas y bisj —esas figuras totémicas tan intrigantes— era apenas la punta del iceberg. ¿Quién no se sentiría cautivado por ese impulso explorador, aunque eso implicara caminar entre sendas de barro, escuchar lenguas desconocidas y conocer prácticas tan poco comunes como el canibalismo ritual?
El viaje y el último desafío
Sé que desde mi experiencia reportando historias extremas, recuerdo cómo la travesía puede cambiarte por completo. Te enfrentas al temor, a la incertidumbre y a la maravilla —como Michael, que atravesó trece aldeas, negociando con hachas, anzuelos y tabaco para ganarse la confianza de los asmat. Muchos no lo saben, pero los bisj, esas esculturas en madera puntiaguda, se levantaban para saludar a los espíritus de los ancestros y recordar venganzas no satisfechas. ¿Sabías que, aún hoy, la madera bisj se estudia como símbolo de resiliencia y memoria colectiva?
El gran giro dramático llegó el 18 de noviembre de 1961. Michael, el antropólogo René Wassing y dos jóvenes asmat, en una pequeña embarcación, a merced del río Betsj. El motor falla, el catamarán vuelca y quedan flotando durante horas, estoqueados por el peligro: cocodrilos, pirañas, hambre y desánimo. Michael toma una decisión desesperada que ni el mejor guion de Hollywood se animaría a inventar. Ata dos bidones vacíos a su cuerpo y nada hacia la lejana orilla. Nadie volvió a verlo con vida.
Una búsqueda sin precedentes y una verdad incómoda
¿Te imaginas la magnitud de la operación? Aviones, helicópteros, barcos y toda la influencia Rockefeller recorrido cada metro del delta. Yo he visto historias donde recursos movilizados jamás bastan frente al peso de lo desconocido. Al final, nada: ninguna pista, ni cuerpo, ni siquiera una pista fiable. Los holandeses se limitaron a decir “ahogamiento”, pero la duda nunca se fue.
Este caso se volvió mito y rumor. Testimonios recogidos durante décadas, notas de misioneros, artículos en National Geographic y hasta relatos de quienes vendieron la embarcación a Michael, apuntaban hacia el mismo temor: la tribu Otsjanep.
La versión más inquietante decía que los habitantes quisieron vengar antiguos abusos coloniales asesinando al forastero y sometiendo sus restos a rituales caníbales. Lo macabro: algunos aseguran que usaron sus huesos como armas o adornos tribales, como si la vida de Michael hubiera pasado a otra dimensión en la historia de Asmat.
Una leyenda que nunca muere
Su desaparición no solo impactó a su poderosa familia, sino que tejió una leyenda sin descanso. ¿Cuántas veces termina la desesperación transformándose en mito? Los diarios de Michael y los objetos que logró recolectar hoy reposan en museos. Inspiró novelas, documentales y hasta canciones, sumando nuevas capas de misterio a un caso que nunca se resolvió del todo.
Déjame preguntarte: ¿el misterio es lo que nos obsesiona o la valentía de alguien que se atrevió a cruzar todos los límites? Como periodista, me queda la sensación amarga de que ni todo el dinero ni la influencia son seguros frente al poder de lo desconocido y a la dignidad ancestral de culturas que, a su modo, también luchaban por su sitio en el mundo. ¿Qué otra versión de los hechos crees que pudo existir? ¿El mito superó a la realidad? La selva de Nueva Guinea siempre guarda sus secretos mejor que cualquier otro lugar.