Contenido
- El libro que “contó” el naufragio antes del naufragio
- Titán vs Titanic: semejanzas que dan escalofríos 🧊🚢
- ¿Predicción o buen olfato de marino?
- El visionario, sus otras corazonadas y las coincidencias que te dejan pensando
- Tus dudas o consultas al Asistente
El libro que “contó” el naufragio antes del naufragio
Un marinero con pluma afilada escribió en 1898 una historia que sonó a broma cruel del destino. Morgan Robertson, curtido en la marina mercante desde los quince, tituló su novela corta con guasa amarga:
Futility, or the Wreck of the Titan. Futilidad, nada menos. Y sí, te imaginas el resto.
La trama: un transatlántico gigantesco, el Titán, choca contra un iceberg en el Atlántico Norte y se hunde. Noche cerrada, agua a cuchillo, botes salvavidas insuficientes. Cuando salió, el libro pasó casi invisible por las librerías. Años después, el 14-15 de abril de 1912, el Titanic repitió el guion en la vida real. Entonces alguien gritó: espera, esto ya lo leí. Boom, reedición y fama póstuma para Robertson 📚
El autor no improvisó. Nació en Oswego, Nueva York, en 1861, hijo de capitán de los Grandes Lagos. Navegó más de dos décadas, llegó a primer oficial, luego estudió joyería en Cooper Union, dañó su vista con diamantes y químicos, y se volcó a escribir. Publicó en McClure’s y en Saturday Evening Post. No fue un genio de salón, pero veía el mar con ojos de radar.
Titán vs Titanic: semejanzas que dan escalofríos 🧊🚢
Yo suelo desconfiar de las “profecías perfectas”. Pero aquí las coincidencias no piden permiso, golpean la mesa. Mira:
- Ambos colosos se presentaban como casi insumergibles. Orgullo a toda máquina.
- Los dos navegaban rápido en su viaje inaugural. Mal timing para las prisas.
- Impacto con iceberg en el Atlántico Norte, cerca de Terranova, en abril.
- Tres hélices, dos mástiles y cuatro chimeneas. En el Titanic, una de adorno. Marketing puro.
- Capacidad enorme, lujo obsceno y… pocos botes salvavidas.
- Cifras crueles: en la novela viajan unas 3000 personas y sobreviven 13. En el Titanic iban 2224 y se salvaron 706.
La precisión no salió de una bola de cristal. Salió del reglamento absurdo de la época: las normas contaban botes por tonelaje, no por personas a bordo. Resultado cantado. Robertson lo vivió, lo escribió y, por desgracia, la realidad lo calcó.
Dato que me persigue: ambos monstruos del mar corrieron a tope en aguas con hielo reportado. El ego también hace crujir el casco.
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¿Predicción o buen olfato de marino?
Te propongo un juego honesto: quítale la palabra “profecía” y ponla en “diagnóstico”. Robertson conocía el Atlántico Norte, los corredores del hielo y la psicología de las navieras compitiendo por velocidad y lujo. Si cruzas esas variables, el desastre deja de parecer magia y se ve como una ecuación mal resuelta.
Aun así, el escalofrío no se va. Tras el Titanic, el mundo corrigió tarde pero corrigió. Nacieron reglas que hoy siguen vivas:
- Convenio SOLAS de 1914: suficientes botes para todos, ejercicios, iluminación de emergencia.
- Guardia radio 24 horas. El Titanic tenía telegrafistas exhaustos y prioridades comerciales.
- International Ice Patrol: vigilancia del hielo con rigor casi obsesivo.
Yo toqué esos fantasmas en un museo flotante. Subí al Queen Mary en Long Beach y me quedé viendo los mamparos estancos. Pensé en el clac metálico de una compuerta cerrando. Pensé en la frase “insumergible” y en cómo el agua no sabe de eslóganes. Me fui con la sensación de que la ingeniería salva, pero la soberbia empuja.
El visionario, sus otras corazonadas y las coincidencias que te dejan pensando
Robertson siguió escribiendo y tanteó inventos. En 1905 publicó
The Submarine Destroyer, donde usa un periscopio funcional. Intentó patentarlo. Ya había modelos previos, pero él ajustó el diseño y registró variantes. Tenía el radar interno encendido.
En 1914 amplió su libro del Titán y metió otro cuento,
Beyond the Spectrum. Ahí imaginó un conflicto entre Japón y Estados Unidos con ataque sorpresa, aviación en domingo, y rutas hacia Hawai y Filipinas. Pearl Harbor ocurrió en 1941. Da para un largo silencio.
Cierra el telón con una imagen fuerte. En 1915 encontraron a Robertson muerto en un hotel de Atlantic City. Ventanas abiertas. Cara al mar. Tenía 53. Usaba tratamientos con compuestos de mercurio para la tiroides y el dolor. Oficialmente, el corazón dijo basta. Poético y brutal.
Y antes de despedirnos, otro guiño literario a lo siniestro:
- Edgar Allan Poe escribió en 1838 una novela con náufragos que se comen a un grumete llamado Richard Parker.
- En 1884, un naufragio real terminó en canibalismo. La víctima se llamaba… Richard Parker.
- Si la realidad leyera, subrayaría.
También es cierto que la rivalidad de principios del siglo XX empujó a los barcos a medirse como gladiadores: Cunard sacó al Mauretania y al Lusitania, este último torpedeado en 1915; White Star respondió con el Olympic, el Titanic y el Britannic, que explotó por una mina en la Gran Guerra. Cuando el mar arbitra, el marcador se llena de cruces.
Así que, ¿profeta o periodista del futuro? Yo me quedo con esta idea: Robertson no adivinó el destino del Titanic, lo reconoció antes de que ocurriera. Si conoces el hielo, huelas la vanidad y ves a un coloso correr a oscuras, no necesitas magia. Necesitas valor para escribirlo y que alguien te lea a tiempo 🛟
¿Te quedaste con ganas de más? Busca una edición de Futilidad. Léela de noche. Y dime si no escuchas, entre líneas, el crujido de un casco que pide que alguien, por fin, baje la velocidad.
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